lunes, 5 de julio de 2010

La Utpba no se entrega, porque ya la regalaron

Por Néstor Restivo (*)

La guerra, que necesita de un estado de exaltación sentimental, exige entusiasmo por la causa propia y odio al enemigo”. Stefan Zweig. “El mundo de ayer”

Con algunos de ellos jugué cuando eran niños y a algunos hasta creo haber tenido en mis brazos. Eran hijos chicos de dirigentes y de empleados de la Utpba, de cuya comisión directiva formé parte en tres períodos entre 1986 y 1995.

Para mi desagradable asombro, esta semana, en la vergonzosa asamblea de Junta Electoral, algunos de ellos, ya crecidos, y aun siendo trabajadores de prensa, parecían más una hinchada y una patota sindical, que también formaban empleados del sindicato que no son trabajadores de prensa, guardias de seguridad del cámping de Moreno, porteros y administrativos que lejos están de ser afiliados en regla, sino empleados dependientes, desde luego con todos los derechos que deberían tener… en Utedyc, por ejemplo.

Ellos, más cientos que bajaron de los micros y combis estacionados a una cuadra, y muchos que eran cualquier cosa menos laburantes de prensa y entraron al microestadio de Atlanta sin registrarse, coparon la asamblea. Desde ya había también, apoyando al oficialismo, numerosos trabajadores de prensa hechos y derechos, colegas con años de trabajo en diarios, radios, editoriales y televisión.

Pero el grueso visible era lo otro, una “barra brava” que insultaba a los que fuimos por democracia sindical, por paritarias, por los compañeros de Crítica y en defensa de su fuente de trabajo. Los que fuimos, ni más ni menos, a que hubiera una Junta Electoral democrática, con mayoría y minoría para dar lugar a todos los sectores del sindicato, sus agrupaciones y los independientes, a un proceso electoral limpio. Sin embargo, la conducción montó un operativo gigantesco, formó dos listas para quedarse con mayoría y minoría y esa aparateada nos trató en la mejor tradición de Genta, Zanola y Vandor. ¿Para qué querrían la mayoría y la minoría en la fiscalización del proceso electoral si hubiera padrones limpios? ¿No es un reconocimiento palmario de que, en cambio, están inflados y son truchos? No creo que ni el compañero William Puente, elegido para la Junta por las dos listas oficialistas, o quien propuso a los veedores, el compañero Alejandro Pairone, tengan respuesta .

Qué pena resultaron los viejos compañeros que se adueñaron del sindicato de todos. Qué feo ver el cartel de cabecera “La Utpba no se entrega”, evidenciando lo que sienten, que es de ellos, que es propiedad privada. Pasó de sindicato a intención de cuasi-partido político, luego a ONG y ahora a pyme, de la que viven los que se quedaron allí hace 26 años. Desde luego pueden formar un partido, una ONG o una Pyme, pero no en nombre y con el dinero de los trabajadores de prensa.

Desde esa hinchada nos insultaban, gritaban como desaforados y apretaban como si fuera un duelo de enemigos. Hace rato que sus adversarios, aun sus enemigos, son los trabajadores de prensa y no las patronales. Enfermos en cuerpo y alma de poder, son muy buenos e impiadosos para la guerra contra compañeros.

No siempre fue así, como plantea la Lista Naranja o algunos independientes. Siempre quiere decir desde 1984, cuando nuestra agrupación, el Frente de Trabajadores de Prensa, y sus aliados, entre ellos la Scalabrini Ortiz peronista y el MNP radical, recuperamos la Asociación de Periodistas de Buenos Aires y, dos años después, en 1986, logramos unirla en la Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires (la actual -es un decir- Utpba) junto con el Sindicato de Prensa de Buenos Aires, gracias al esfuerzo paralelo que hacían desde allí compañeros como Rodolfo Audi o Luis Gramuglia.

Esa entidad unificada organizó al gremio y lo puso de pié tras la dictadura, tuvo –por decisión de una comisión que integrábamos Juan Carlos Camaño, Néstor Piccone, Ana Villarreal, Matilde Sosa y Néstor Restivo- la primera secretaría de Derechos Humanos de un gremio que miles de votantes me honraron con su dirección durante tres períodos, y en la que siempre abrí las puertas a compañeros de otras corrientes. Los dirigentes recorríamos empresas, organizábamos comisiones internas, convocábamos a plenarios de delegados, asambleas, luchábamos de modo indecible en tomas en defensa de fuentes de trabajo como en la histórica de La Razón, etc. Si en esas instancias agrupaciones de oposición quedaban en minoría, era sencillamente porque eran menos. Pero tenían todas las garantías, pese a que se quejaran. Inclusive en una elección nos ganaron la Junta Electoral y en una conducción de la Utpba tuvieron cinco cargos por minoría. No siempre, ni mucho menos, la Utpba fue el autoritarismo antidemocrático y la tristeza de hoy.

Primero echamos al secretario general Carlos Subiza y a otros dos dirigentes acusados de corrupción. Pero de a poco empezaron a irse valerosos compañeros. Eran nuestros aliados o bien formaban parte de nuestro colectivo, aun en las diferencias: los compañeros de la entonces Agrupación de Base que lideraba Oscar Spinelli y era fuerte en Clarín y La Nación; compañeros históricos como Pablo Llonto o la por siempre recordada Negra Ale, y también cuadros nuestros, cuadros propios, que se hartaron del maltrato, la ceguera de poder y la burocracia tras años de servicio abnegado por los afiliados, desde Elisa Giordano hasta María Rosa Gómez, desde Analía García hasta Ana Cariaga, desde Horacio Pelman hasta Silvana Redivo, desde Néstor Piccone y Pocho Rodríguez hasta Silvia Schujer o León Piasek. Hay muchos más, claro. A algunos los ninguneaban o acosaban hasta que se fueran. A otros dirigentes, directamente los echaban. A mí mismo me soportaron pese a mis críticas y varias veces me invitaron amablemente a alejarme, hasta que lo hice en 1995 tras la publicación de un libro que ideamos junto a Analía García como homenaje a la compañera desaparecida Pirí Lugones, libro que boicotearon desde la conducción y por el cual descubrí algunos manejos turbios que se hacían con la imprenta.

No fue ésa, sin embargo, la única razón: la defensa que hacían de compañeros sospechosos de corrupción y de robar a cuatro manos; el abandono de la atención a las grandes empresas, la negación a ingresar a la CTA que en vano reclamábamos algunos, la falta de rotación de dirigentes para no burocratizarse, fueron otras causas del hartazgo. Siempre el fin justificaba los medios.

A Juan Carlos Camaño, Daniel Das Neves, Lidia Fagale y Héctor Sosa, los únicos cuatro (como si lo hubieran planeado) de aquella camada de sindicalistas que hicieron todo eso y se quedaron al frente de la hoy pyme Utpba, con quienes compartí tantos años de hermosa lucha por un gremio distinto a éste, los conocía desde fines de los años 80, cuando aún en dictadura militamos juntos en la Coprepren primero y en el FTP después. A mediados de los 90 me alejé por varias razones, como dije, incluso y lo admito cansancio personal, pero la central fue el desencanto con la política -más aún en los nefastos tiempos menemistas-, por la tristeza de ver cómo ese espacio de la Utpba se descomponía irremediablemente tras un discurso tan combativo como vacío de hechos. Ni siquiera llegué a cumplir mandato. Renuncié cuando no se aceptó mi propuesta de que ocupara la secretaría de Derechos Humanos otro compañero histórico, Oscar González, y me fui llorando.

Quince años después, la reciente asamblea de Junta Electoral fue un escándalo por donde se la mire. Ilegal por el “control” de la entrada, por el tramposo recuento de votos que hizo otro viejo compañero hoy irreconocible en su complicidad, Jorge Búsico; por la falta de respeto a la democracia sindical y al derecho de expresión que tanto alardean, igual que hacen, en la peor y más siniestra caricatura, con los compañeros desaparecidos. Sé del compromiso que los actuales dirigentes tuvieron siempre con ese doloroso tema, pero dudo de que quienes en la Asamblea llevaban las pancartas con sus nombres fueran dignos de tal cosa mientras nos insultaban. También aplaudieron la memoria del compañero Mario Bonino, sin saber que entre los repudiados estábamos dos de los miembros de la comisión que investigó su crimen: el compañero Nelson Marinelli, de la Naranja, y yo, que presidí esa comisión en la que también estuvieron Pablo Llonto, los recordados Enrique Tortosa y Enrique Sdrech, Santo Biasatti y Nancy Pazos.

Fue todo menos una asamblea de trabajadores que, aun con diferentes miradas sobre el gremio, podrían debatir sin insultos ni aprietes cómo mejorarlo, en este caso puntual de la asamblea, haciendo elecciones limpias y con padrones en serio.

Fue una vergüenza aún más terrible, en mi opinión, que aquella asamblea de Memoria y Balance del año 2000 cuando la conducción dio cuenta del abandono y la entrega que hacían a esas mismas horas de una de las grandes luchas de entonces, aun con sus problemas y errores, la del diario Clarín, a cuyos trabajadores no dejaron hablar y a cuyos traidores defendieron. Lo mismo que ahora hacen con Crítica y en todos estos años hicieron con tantos otros conflictos.

Seguirán en la pyme Utpba gracias a la cuota de muchos afiliados y el aporte a la Obra Social. Y los líderes, visitando escenarios diversos del ancho mundo imaginándose revolucionarios, y admirando menos las indudables conquistas sociales en algunos de esos países que las tendencias autoritarias y despiadadas con la crítica interna, lo que mejor imitan. Se convirtieron en algo lamentable, triste pese a las serpentinas y papelitos de colores que arrojaban en la Asamblea el amigo “Crotoxina”, los ingenuos jubilados y los patoteros, claro. Entre tanto destruyeron el tejido gremial y su obra social, los cuales algún día habrán de recuperarse.





(*) Periodista. Ex dirigente de la Utpba y ex delegado de Clarín.

El título de la nota fue propuesto por un abogado laboralista que asistió a la asamblea.


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